País Vasco, España, 1843. Un agente de policía llega a un pequeño pueblo de Álava para investigar a un misterioso herrero que vive solo en lo más profundo del bosque.
Grecia, año 480 a.C. Trescientos soldados espartanos capitaneados por el general Leónidas se enfrentan al poderosísimo ejército persa de Jerjes en la batalla de las Termópilas. Alguien le hace saber al general que el enemigo es tan poderoso que sus flechas "oscurecerán el cielo".
Rambo, encarcelado por sus antiguos crímenes, recibe por parte del coronel Trautman la misión optativa de ir a Vietnam para comprobar si aún quedan prisioneros de guerra. Si la misión saliera bien, el presidente le concedería el perdón, y así sería libre. Rambo acepta. Está bajo las órdenes de un falso teniente (Murdock), al que muy en el fondo sólo le interesa el dinero y el poder de su nación, y al que le da igual perder a unos cuantos hombres, por muy inocentes que sean, si sigue controlando las cosas como él quiere. Murdock le encarga que sólo saque fotos, y que no ataque al enemigo. Pero al saltar en paracaídas sobre un área selvática prohibida, Rambo pierde todo su equipo, excepto un cuchillo dentado y un arco.
La historia de un guerrero y líder, afectado por la guerra y con la voluntad de reconstruir la relación con su esposa, es una de las tragedias más importantes de la literatura. Adaptación de la obra de William Shakespeare.Critica:William Shakespeare ha pergeñado alguna de las obras, iconografías y tramas más perdurables del legado cultural de Occidente. Su fuerza avasalladora perdura inmarchitable tras más de cuatro siglos, fuente inagotable de fascinación y seducción para generaciones de histriones y directores. El mundo del cine no ha sido ajeno al vigor y lozanía de unas obras deslumbrantes que han creado algunos personajes inmortales. Pero pocas veces se ha conseguido llevar con acierto las creaciones del bardo inglés al cine, demasiado deudor de unos textos tan bellos y poderosos que modificarlos pareciera traición. Por ello, la más acertada traslación a la pantalla de Macbeth vino de la mano de Akira Kurosawa y su “Trono de sangre” (1957), que es una recreación – libre pero fiel – de la tragedia, situándola en el Japón feudal. MacbethLa belleza y contundencia del texto es una joya y baste un ejemplo para ilustrar la profundidad psicológica de sus palabras: “El más cercano a nuestra sangre es el más cercano a verterla.” Por ello mismo resulta tan difícil trasladar al cine la riqueza y filigrana verbal que sustenta su trama. Ahora estamos ante un proyecto ambicioso que bucea en una de sus creaciones más memorables pero que acaba sucumbiendo a las dificultades y trampas de abordar semejante empresa. Permanece la finura y perfección de un escrito sin igual, pero se pierde de vista que lo que funciona en el teatro puede ser anatema para el cine. La servidumbre que conlleva el respeto hacia el material tratado hace que cinematográficamente estemos ante una pieza vistosa, exquisita, muy bien ambientada e interpretada, pero sin alma, sin verdad, sin fuerza, sin convicción. MacbethSe hace difícil explicar los fallos que acumula esta cinta. Solo se hace patente viendo el resultado final y comprobando que sus muchas bondades parciales (fotografía, escenografía, actores, esplendor visual) no redundan en un conjunto satisfactorio. Se olvida que a veces hay que buscar imágenes, metáforas o temas visuales que sustituyan o recreen el texto original – ya que estamos ante un medio que atiende a otras reglas y directrices diferentes del teatro. Y el mero teatro filmado es tedioso, por mucha energía que derrochen sus intérpretes, por mucho dinero que uno se gaste en adornos y oropeles que traten de recrear la época que se refleja. Macbeth
Will Gardner, un veterano militar retirado que aún sufre estrés postraumático tras la guerra de Irak, lucha por mantener una vida cotidiana normal y reintegrarse en la sociedad. Cuando una serie de contratiempos le dejan aún más frustrado, decide dejarlo todo y emprender un viaje a través del país en su moto con la esperanza de reunirse con su hijo.
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