Como muchas adolescentes, Miley Stewart se la pasa entre su familia, sus amigos y la escuela, pero a diferencia de sus conocidos, ella tiene una personalidad secreta como la estrella de música llamada Hannah Montana. Cuando la creciente popularidad de Hannah amenaza con apoderarse de la vida de Miley, su papá aparece para regresarla a la realidad. De vuelta en su casa de Tennessee, Miley inicia una aventura que ni la misma Hannah Montana podría imaginar.
Llega el verano y, con él, el despertar de la adultez. Un grupo de amigos explora la posibilidad de entablar relaciones nuevas y terminar otras antes de empezar la universidad. Nuestro último veranoCriticaQuizás sea más justo mencionar los tenues aciertos de esta apacible y desmayada cinta que amontonar cansinamente las muchas torpezas, simplezas y manipulaciones atolondradas de esta comedia estival de adorable factura y parco calado artístico. Su trama cabe en una servilleta de cafetería y los personajes unidimensionales parecen sacados de un manual del aprendiz a guionista embaucador de familias disfuncionales predispuestas a las reconciliaciones harto inverosímiles, satinada de tirabuzones argumentales empalagosos y requiebros estomagantes.El sainete o la astracanada – cuando se interpreta en inglés, ante un paisaje de imponderable belleza y acrisolada fotogenia – parece que cobra altura y deviene en algo mejor de lo que es, pero las apariencias, si somos rigurosos, engañan. Estamos ante una amable, insulsa, previsible, campechana y bobalicona farsa que seduce gracias a utilizar el cebo infalible de unos niños encantadores que roban todas las escenas en las que aparecen y por dar con un tono de confraternización de viaje de fin de carrera que anula el juicio crítico del espectador y deroga la afilada lengua viperina del más torvo de los críticos.No sólo de drama vive el hombre, ¡vive Dios! No cabe duda. Y todos necesitamos una válvula de escape para soportar mejor los sinsabores y flagelos del día a día. Escapismo a granel, un chute de depurada adormidera, efluvios de parajes embriagadores que nos hagan soñar despiertos, adorables rostros de querubines jacarandosos que nos transporten hasta las nubes y nos alejen de este valle de lágrimas y nos truequen nuestros desvelos por momentos de lisérgica dicha y alcancemos bucólicos prados pastoriles donde trotar gozosos, como si de un edén glorioso se tratase… Nada que objetar a tan saludable propósito y loable objetivo, si no fuera por la pereza y hastío que genera en un espectador algo más versado en latines.Todas las virtudes más epidérmicas del cine británico se acumulan en esta afable muestra del más benévolo cine isleño: unos actores perfectos que convierten al personaje en persona y dan vida o lo inanimado, una puesta en escena invisible de puro funcional y utilitaria, una ambientación tan perfecta como infalible, tanto de interiores como en exteriores (Escocia es metáfora del paraíso: ¿quién habría aborrecido vivenciar el Edén?), un lisonjero humor negro que coquetea con lo decoroso y razonable pero nunca se propasa y siempre guarda la compostura y el buen gusto, un adorable clímax que convierte un funeral en una fiesta telúrica, así como un toque de diversidad de género del todo inofensivo… En fin, jarana de tubo de ensayo. Nuestro último verano
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