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Ty era un vendedor de juguetes frustrado hasta que su colaboración con tres mujeres convirtió sus animales de peluche en una tendencia determinante en los años 90. Esta mirada entre bastidores al mayor fenómeno de popularidad de unos juguetes de todos los tiempos es una historia disparatada sobre qué y a quién se valora en este mundo....La fiebre de los peluches BeanieCritica: Entre lo positivo está la puesta en escena que recrea, prolonga y amplía la arrebatadora estética primigenia: esa llovizna casi constante, esa ausencia de horizonte, claridad y sol, ese opresivo presente de pesadilla que parece abocarnos al abismo, esa mezcolanza entre replicantes y humanos que vuelve confuso lo cotidiano y nos hace desconfiar tanto de lo que vemos como de lo que sentimos; una fotografía innovadora y sugerente, llena de claroscuros y contrastes, que nos engulle como un torbellino y nos escupe despojos hediondos a cada fotograma; una escenografía espeluznante que desdeña lo efímero y encumbra lo sintético y alambicado. Es decir, en cuanto al universo visual nos hallamos ante una propuesta insólita, apabullante y portentosa, llena de matices y aciertos.Sin embargo, las flaquezas y deficiencias acaban por erigirse en las grandes protagonistas de la función. Un metraje tan desmesurado como innecesario (sobra casi toda una hora), alargando las escenas hasta la inanición y la abulia; una historia tan poco carismática y tan porfiadamente vaporosa que hacedesfallecer el ánimo y obliga a esperar a que la próxima escena rescate del tedio al espectador y haga avanzar la trama hacia algún lugar digno de interés, cayendo siempre en subrayados innecesarios y en tópicos previsibles, ahogando toda ambigüedad y anulando cualquier estímulo. La calma y el reposo casan mal con una supuesta cinta de acción, por muy ensimismada y reflexiva que pretenda ser. Y las cavilaciones sobre la vida, la muerte, los milagros de la existencia y la magia de la procreación resultan tan patosas como primitivas, tan superficiales como chirriantes.Hay algunas escenas aisladas que descuellan y deslumbran, dignas de perdurar en la memoria cinéfila (como, entro otras, ese baile erótico que sobrepone a dos personajes en abigarrado aquelarre de lo imposible o ese ‘nacimiento’ brusco y sin remilgos de una replicante abocada a su exterminio), pero son momentos inconexos y solitarios, que impresionan por su esplendor y singularidad, pero desentonan por carecer de engarce y coherencia.... La fiebre de los peluches Beanie
Ernest debe ayudar a Santa Claus a encontrar un sucesor y de esta manera salvar la Navidad.
Corre el año 1961, y han pasado ya dos años desde la historia de amor de Sandy y Danny. Ahora comienza un nuevo curso escolar en el instituto Rydell. Michael Carrington (Maxwell Caulfield), un joven inglés de lo más educado que estudia en un instituto norteamericano, se enamora de la bella Stephanie Zinone (Michelle Pfeiffer), líder del grupo de animadoras, pero ésta sólo se fija en los miembros del club de chicos local, piensa que Michael es demasiado pijo, y ante todo sueña con salir con alguien con moto.
Un buen día, la señorita Shepherd (Maggie Smith), una mujer de orígenes inciertos, aparca su furgoneta en una acera de Londres, en el acceso a la casa del escritor Alan Bennett (Alex Jennings). Lo que al principio iba a ser algo temporal, un favor a regañadientes, se acaba convirtiendo en una relación que cambiará las vidas de ambos. Y es que la señorita Shepherd se quedó a vivir allí durante 15 años. The Lady in the VanCritica:Vi hace muchos años, en Londres, esta obra de Alan Bennett llevada al teatro e interpretada también entonces por la incombustible Maggie Smith. No me pareció gran cosa, muy británica, con un fino humor que no acababa de cuajar y algo monocorde. Ahora nos llega su adaptación al cine, trasladada por su autor e interpretada por la actriz que la hizo triunfar sobre los escenarios. Y la sensación que me deja es análoga: no traspasa las limitaciones de su mínima premisa argumental, que ni evoluciona ni cambia, solo se repite desganada y exangüe durante un metraje excesivo. Se supone que es un estudio de caracteres, pero cuando éstos tienen tan poco interés como sus casi dos únicos protagonistas, se hace difícil aguantar en la butaca sin desear que algo cambie o se acelere con algún imprevisto o al menos el texto proporcione algunas frases memorables… Una dama sobre ruedasPero todo es demasiado anodino, plano, irónico pero sin garra ni dirección, deslavazado, una serie de anécdotas encadenadas que apenas trascienden más allá de su ocre y desvaída inocencia. Es como asistir a la escritura del diario de un escritor sin una vida sugestiva digna de tal nombre y que se conforma con reproducir sucesos y chascarrillos deshilvanados con el deseo que la mera acumulación teja por sí misma un tapiz que alberge algún tesoro del devenir cotidiano de la acomodada burguesía londinense. Pero por mucha buena voluntad que se le ponga, el material es parco en sucesos dignos de tal nombre, se desarrolla con premiosa tozudez que acaba por agotar. Una dama sobre ruedasHay algunos logros que resultan originales, como el desdoblamiento del protagonista en dos personajes, interpretados por el mismo actor: por una parte el laborioso escritor y por otra el insípido y reprimido ciudadano que malvive su vida estéril entre convenciones y banalidades. O también la interpretación de la luminosa Maggie Smith encarnando una existencia opaca, delirante y azotada por un senti Una dama sobre ruedasmiento de culpa que la atenaza y atormenta desde hace décadas. Pero es poco bagaje para soportar un largometraje que no despega nunca y se mantiene en una corrección insulsa y epidérmica, carente de trascendencia o de pasión. Una dama sobre ruedas
La pandilla de Misterio a la Orden debe salvar a Coolsville de un ataque realizado por sus monstruos del pasado, que han sido revividos por un malvado enmascarado que intenta acabar con la pandilla.
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