Valentín, un tipo mujeriego, soltero y egoísta, de repente, tiene que hacerse cargo de una hija a la que no conocía, fruto de una aventura ocasional. Decidido a devolverle la niña a su madre, emprende un viaje con ella a Los Ángeles.
Años 70. Las esposas de un grupo de mafiosos de Nueva York continúan con los negocios de sus maridos después de que estos sean encarcelados.
Afganistán, 2009. El recién llegado Andrew Briggman (Nat Wolff) es un soldado que trata de destacar dentro de un escuadrón repleto de salvajes militares. Inspirado por la determinación del sargento Deeks (Alexander Skarsgård), Briggman trata de imitar su conducta temeraria, y en seguida consigue escalar puestos. Pero cuando Briggman es testigo de como el pelotón comienza a matar civiles inocentes, tendrá muchas dudas morales al respecto. Entonces tendrá que tomar una difícil decisión: denunciarlo poniendo en peligro su vida o callarse para participar en lo que cree que son crímenes contra los derechos humanos. Esta película bélica basada en hechos reales la dirige el dos veces nominado al Oscar Dan Krauss. Escuadrón de la muerteCriticaEl director Dan Krauss explota una historia real acontecida durante la ocupación norteamericana de Afganistán. Tras el premiado documental ‘The Kill Team’ (2013), filma una película de idéntico título y con los mismos hechos como referencia. Hay dos elementos sustanciales que la convierten en una propuesta de sumo interés. En primer lugar las características intrínsecas a la guerra moderna. Ya no hay enfrentamientos entre países, con sus respectivos ejércitos. Las guerras se libran entre naciones con sus fuerzas armadas, y una amalgama de grupúsculos de difusas fronteras, que varían en composición y objetivos. Se les suele considerar terroristas, dando forma a lo que se ha dado en llamar insurgencia.Surge sin remedio el dilema ético de cuáles son los límites con los que afrontar semejante desafío. El control de daños, la proporcionalidad y legitimidad de muchas acciones abre paso a un debate que está en pañales. La desigualdad de fuerzas entre contendientes hace que hablemos de “guerras asimétricas”. Israel en Gaza, Rusia en Chechenia, los americanos en Irak y Afganistán, la coalición internacional contra el autodenominado Estado Islámico. Los ejemplos son multitud.El segundo elemento que ‘The Kill Team’ aborda con punzantes maneras, es la ocupación de una región por una potencia extranjera. Ganar la guerra parece tarea trivial en comparación con lo titánico que emerge tras ella. La acción se sitúa en Afganistán, tras la invasión americana que depuso a los talibanes. El soldado Andrew Briggman (Nat Wolff), es destinado por su país a la zona. Se siente orgulloso de seguir la estela familiar, en una mezcla de deber patriótico e idealismo a cuestas. Escuadrón de la muerteSus convicciones se pondrán bajo escrutinio tras tener que seguir las ordenes de su sargento primero (Alexander Skarsgård). El desgaste de un conflicto interminable, en un contexto de estado fallido, con la población local en buena medida ajena a los valores que occidente trata de instalar, encuentran en la figura de este sargento un retrato demoledor.Skarsgård dota a su personaje de un recóndito y oscuro carisma. Lo ejerce para llevar a los hombres bajo su mando por los terrenos del frío y vil asesinato de civiles indefensos. Inocentes que pagan el precio de un psicópata en terreno abonado. El desmoronamiento moral de este sujeto, abre en canal las consecuencias derivadas de una presencia militar prolongada y en cierto sentido infructuosa. Que desgasta no sólo principios largamente sostenidos en retaguardia, sino los que debieran inspirar a quienes se encuentran en primera línea.El soldado Briggman zozobra entre cumplir con su obligación o dejarse llevar por el entorno. Lo primero pone en jaque su propia supervivencia, lo segundo es una traición a sus ideales. Llegado el clímax, ‘The Kill Team’ socava el confort en que estamos asentados, lanzando envenenados interrogantes. Escuadrón de la muerte
Todos los días Beatriz es víctima de insultos, vejaciones y humillaciones por parte de su celoso esposo, pero no huye de su lado porque han creado una codependencia y, al menos ella, no concebiría su vida de otra manera. La mujer, a fuerza de sentirse vejada, se siente deseada y sobre todo deseable. Quiere comprobarlo. Por ello una noche sale de casa sin rumbo alguno con un solo propósito: sexo. Su regreso a casa desata la hecatombe.
El pintor holandés post-impresionista, Van Gogh, se mudó en 1886 a Francia. En concreto, a Arles y Auvers-sur-Oise, donde vivió un tiempo conociendo a miembros de la vanguardia incluyendo a Paul Gauguin. Un tiempo en el que se esforzó en crear las obras maestras espectaculares que son reconocibles en todo el mundo a día de hoy. Van Gogh, a las puertas de la eternidadCriticaHace apenas unos días hablamos en Argoderse de la ópera prima de Julian Schnabel y del homenaje que hizo a su amigo: el pintor Jean-Michael Basquiat. En aquella obra también se veía la relación íntima de Schnabel con el mundo de las artes plásticas. Su mundo, antes de dar el salto a las cinematográficas. Y en 1996, con Basquiat, el director norteamericano ya daba una pincelada sobre Vincent Van Gogh en las primeras secuencias protagonizadas por Jeffrey Wright.Además, Willem Dafoe también tenía una aparición en esta ópera prima. Demasiada coincidencia hasta este 2019, donde Schnabel y Dafoe han vuelto a unir sus caminos con Van Gogh, a las puertas de la eternidad. Un filme que se centra en la etapa del pintor holandés en la ciudad francesa de Arles. Fuente de inspiración de muchos de sus cuadros. Pero también causa de muchos de esos problemas de personalidad, psicológicos e incluso psiquiátricos que acecharon al artista impresionistas.Su miedo al fracaso, atormentado por esa sensación de ser un genio incomprendido, adelantado a su época -lo más potable de todo el metraje ese ese momento con Mads Mikkelsen-, sus distintos vaivenes psiquiátricos, la soledad, la falta de amor y otra serie de taras son abordadas en Van Gogh, a las puertas de la eternidad. Pero de una manera superficial. No se termina de entrar verdaderamente en el conflicto cuando aquí sí era necesario. Mostrando finalmente un personaje, Van Gogh, que no trascenderá hasta siglos después de su muerte.Y buena culpa de ello la tiene Julian Schnabel. Ya digo que es un director que me enamoró con Basquiat. Me siguió conquistando con La escafandra y la mariposa -también con Mathieu Amalric-, donde ya se veían esos primeros planos ciertamente atosigantes. Pero con Van Gogh, a las puertas de la eternidad me ha roto el corazón. Una película insustancial. Un biopic más intrascendente.O a lo mejor yo, como a Vincent Van Gogh en su tiempo, no he llegado a comprender el trabajo de Schnabel. Será porque su cámara me vuelve loco para mal. Me marea. Me hace perder el interés y el hilo entre tanto giro, carrera con cámara al hombro, primeros planos que intimidan, cansan y te encierran sin posibilidad de respirar.Imagino que es la sensación que vivía Van Gogh entre las cuatro paredes de su estudio y liberaba cuando salía a cielo abierto. Y a lo mejor ahí podría pensar que Julian Schnabel se ha convertido en un genio también avanzado a su tiempo, pues hace cosas que soy incapaz de ver, por ahora.Quizá esa ha sido su intención de transmitirlo en la gran pantalla. Ponernos en la piel del pintor. Conmigo no lo consigue y a lo mejor tú, como lector, tienes más suerte a la hora de apreciar la creación del holandés y de Julian Schnabel.
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