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El pintor holandés post-impresionista, Van Gogh, se mudó en 1886 a Francia. En concreto, a Arles y Auvers-sur-Oise, donde vivió un tiempo conociendo a miembros de la vanguardia incluyendo a Paul Gauguin. Un tiempo en el que se esforzó en crear las obras maestras espectaculares que son reconocibles en todo el mundo a día de hoy. Van Gogh, a las puertas de la eternidadCriticaHace apenas unos días hablamos en Argoderse de la ópera prima de Julian Schnabel y del homenaje que hizo a su amigo: el pintor Jean-Michael Basquiat. En aquella obra también se veía la relación íntima de Schnabel con el mundo de las artes plásticas. Su mundo, antes de dar el salto a las cinematográficas. Y en 1996, con Basquiat, el director norteamericano ya daba una pincelada sobre Vincent Van Gogh en las primeras secuencias protagonizadas por Jeffrey Wright.Además, Willem Dafoe también tenía una aparición en esta ópera prima. Demasiada coincidencia hasta este 2019, donde Schnabel y Dafoe han vuelto a unir sus caminos con Van Gogh, a las puertas de la eternidad. Un filme que se centra en la etapa del pintor holandés en la ciudad francesa de Arles. Fuente de inspiración de muchos de sus cuadros. Pero también causa de muchos de esos problemas de personalidad, psicológicos e incluso psiquiátricos que acecharon al artista impresionistas.Su miedo al fracaso, atormentado por esa sensación de ser un genio incomprendido, adelantado a su época -lo más potable de todo el metraje ese ese momento con Mads Mikkelsen-, sus distintos vaivenes psiquiátricos, la soledad, la falta de amor y otra serie de taras son abordadas en Van Gogh, a las puertas de la eternidad. Pero de una manera superficial. No se termina de entrar verdaderamente en el conflicto cuando aquí sí era necesario. Mostrando finalmente un personaje, Van Gogh, que no trascenderá hasta siglos después de su muerte.Y buena culpa de ello la tiene Julian Schnabel. Ya digo que es un director que me enamoró con Basquiat. Me siguió conquistando con La escafandra y la mariposa -también con Mathieu Amalric-, donde ya se veían esos primeros planos ciertamente atosigantes. Pero con Van Gogh, a las puertas de la eternidad me ha roto el corazón. Una película insustancial. Un biopic más intrascendente.O a lo mejor yo, como a Vincent Van Gogh en su tiempo, no he llegado a comprender el trabajo de Schnabel. Será porque su cámara me vuelve loco para mal. Me marea. Me hace perder el interés y el hilo entre tanto giro, carrera con cámara al hombro, primeros planos que intimidan, cansan y te encierran sin posibilidad de respirar.Imagino que es la sensación que vivía Van Gogh entre las cuatro paredes de su estudio y liberaba cuando salía a cielo abierto. Y a lo mejor ahí podría pensar que Julian Schnabel se ha convertido en un genio también avanzado a su tiempo, pues hace cosas que soy incapaz de ver, por ahora.Quizá esa ha sido su intención de transmitirlo en la gran pantalla. Ponernos en la piel del pintor. Conmigo no lo consigue y a lo mejor tú, como lector, tienes más suerte a la hora de apreciar la creación del holandés y de Julian Schnabel.
Producción centrada en la historia real de cómo Walt Disney estuvo catorce años cortejando a la escritora australiana P.L. Travers para que le cediera los derechos cinematográficos de su primera y más popular novela, 'Mary Poppins', y que finalmente fue llevada a la gran pantalla en 1964 en el clásico filme protagonizado por Julie Andrews.Saving Mr. Banks WaltCritica:Qué misterio el de la imaginación, el de la creación literaria, el de la creatividad de todo tipo! ¿De dónde nace, a qué se debe, por qué a veces parece más una pasión cuyo objetivo fundamental es enderezar algo que sentimos que estuvo mal? Misterios insondables de la vida, de la mente humana, de la naturaleza de las personas, abocadas a veces a reparar o reordenar los añicos de algo que se rompió ante nuestros atónitos y atormentados ojos o a expiar alguna culpa ajena aunque como niños nada pudimos hacer – y ahora como adultos repetimos aquello, desde la fábula, como queriendo cerrar una herida aún en carne viva y que nos devasta hasta el fin… WaltEsta cinta contiene varias películas a la vez. Por una parte está la batalla de egos entre Walt Disney (1901-1966) y la escritora australiana P.L. Travers (1899-1996) cuando el magnate norteamericano trató – por enésima vez – hacerse con los derechos para llevar a la gran pantalla el personaje más famoso salido de la pluma de la escritora, la memorable e inefable Mary Poppins. Pero también es el pormenorizado recuento de la infancia atormentada de la escritora en su Australia natal, donde presencia el declive y muerte de su adorado padre, con una agonía entre etílica y tuberculosa. Pero así mismo es el recuento e inventario implícito de todo aquello que nos aboca a fabular, a crear mundos fantásticos o ficciones de toda índole, como una forma de expiar alguna falta o de superar algún cataclismo del destino. O también es una amable y amena descripción de lo ingrato y arduo que puede ser el acto de escribir un guión y ensamblar todos los pormenores de una película hasta verla convertirse en realidad. WaltY todo funciona bien y se funde en un hermoso relato entre la nostalgia, el amor, la gratitud, el reproche, el dolor, las huidas hacia delante, los mundos fabulosos de alborozo de mercadotecnia, los pequeños sinsabores trufados de amor paterno filial… En definitiva, se nos muestra un amplio abanico de tramas y sub-tramas, todas ellas bien urdidas y que tras una suntuosa y estomagante amabilidad de colorines no ocultan el poso indeleble de amargura o las lesiones calladas del alma que hemos ido recogiendo a lo largo del camino. Walt
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